«La Ofrenda: Un Acto de Fe, Amor y Gratitud»

Posted on octubre 24, 2025 View all Carta del Párroco

Por Rev. Alexander Diaz

Hay un momento en la Misa que muchas veces pasa desapercibido: cuando el sacerdote recibe las ofrendas y las coloca sobre el altar. En ese instante, mientras el coro canta y la asamblea se sienta, sucede algo profundamente espiritual. No solo se ofrecen el pan y el vino, sino también nuestras vidas, nuestro trabajo, nuestros sacrificios y nuestros dones materiales. Esa canasta que pasa por los pasillos del templo no es un simple gesto administrativo: es un signo sagrado. Cada sobre, billete o moneda representa un corazón agradecido que dice: “Señor, todo lo que tengo viene de Ti.”

Sin embargo, muchos no perciben la profundidad espiritual de ese momento y la ofrenda termina siendo vista como una costumbre o una obligación. Es necesario redescubrir su verdadero sentido: dar no es perder, sino confiar, agradecer y participar en la obra salvadora de Cristo. Quien ofrenda con fe sostiene a la Iglesia y permite que el Evangelio siga transformando vidas.

San Pablo nos recuerda: “Cada uno dé según lo haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,7). Dar una ofrenda no es una cuestión económica, sino una expresión de fe y de amor.

Desde los primeros capítulos del Génesis, el ser humano ha ofrecido a Dios los frutos de su trabajo como reconocimiento de que todo proviene de Él. Abel ofreció lo mejor de su rebaño, Noé levantó un altar después del diluvio, y el pueblo de Israel aprendió a presentar las primicias como signo de gratitud. Cada vez que un fiel deposita su ofrenda, realiza una profesión silenciosa de confianza: “Señor, confío en Ti; todo lo que tengo es don tuyo y quiero devolverte una parte en gratitud.” La ofrenda es, en el fondo, una manera concreta de poner a Dios en el centro de nuestra vida, de reconocer que dependemos de su Providencia y no de nuestras propias seguridades.

El corazón agradecido no calcula. Quien ha experimentado la bondad de Dios no puede quedarse indiferente ante las necesidades de su Iglesia. Jesús se fijó en la viuda pobre que ofreció dos pequeñas monedas (Mc 12,41-44). No miró la cantidad, sino la entrega del corazón. Esa mujer dio todo lo que tenía, y su ofrenda se convirtió en oración viva. Así también, cada vez que damos con alegría, nuestra ofrenda se transforma en una plegaria silenciosa que dice: “Gracias, Señor, por tu bondad. Recibe mi ofrenda como signo de mi amor.” Dar con amor purifica el corazón del egoísmo y nos abre a la gracia de Dios. La generosidad no empobrece; ensancha el alma y fortalece la fe.

La Iglesia vive de la caridad de sus hijos. Cada Eucaristía celebrada, cada sacramento administrado, cada catequesis ofrecida y cada obra de caridad realizada son posibles gracias a la generosidad de los fieles. Ofrendar es colaborar directamente con la misión evangelizadora de Cristo. El dinero ofrecido se transforma en Evangelio hecho concreto: en ayuda a familias necesitadas, en formación para niños y jóvenes, en mantenimiento del templo, en apoyo a sacerdotes y en sustento de los ministerios que sirven a la comunidad.

Por eso, cada ofrenda, por pequeña que sea, se convierte en gracia multiplicada. Dar regularmente —semanal o mensualmente— es construir la Iglesia, sostener su presente y asegurar su futuro. Todos somos parte de la misión, y todos tenemos el deber de sostenerla con amor.

Durante la Misa, el pan, el vino y la ofrenda económica se presentan juntos. Todo se coloca sobre el altar y todo es transformado por el amor de Cristo. Esto nos recuerda que nuestras ofrendas también participan del sacrificio eucarístico: ponemos en manos de Dios lo que tenemos, y Él lo convierte en bendición. Dar no empobrece, sino que une nuestra vida al sacrificio de Jesús, quien “siendo rico, se hizo pobre por nosotros” (2 Cor 8,9). La ofrenda, así entendida, es oración, conversión y alabanza. Es un gesto que nos libera del apego y nos enseña a confiar en el Señor.

La ofrenda es un acto profundamente espiritual porque pone en el centro el amor a Dios y a su Iglesia. No se trata de dinero, sino de fe. No de obligación, sino de amor. Quien ofrenda con alegría se une al corazón de Cristo, que todo lo dio por nosotros. Por eso Jesús nos recuerda: “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). Cada vez que damos, colocamos nuestro corazón en el Reino de Dios. Dar con alegría nos convierte en colaboradores de su gracia y constructores de su Iglesia. Que cada ofrenda sea para nosotros una oportunidad de renovar nuestro amor, nuestra gratitud y nuestra fe. Porque al final, cuando damos, no perdemos nada: nos ganamos a nosotros mismos en Cristo.