El valor de la educación católica
Por Rev. Alexander Diaz
En un mundo cada vez más marcado por la confusión moral, el relativismo y una crisis de valores, los padres de familia enfrentan una decisión crucial: ¿en manos de quién confiarán la formación académica y espiritual de sus hijos? La educación católica, lejos de ser una opción más entre muchas, se presenta hoy como una verdadera necesidad para quienes desean que sus hijos crezcan con una sólida formación integral: mente, corazón y espíritu.
Numerosos estudios y reportajes han venido señalando una preocupante crisis en el sistema de educación pública. La National Assessment of Educational Progress (NAEP), también conocida como “la boleta de calificaciones de la nación”, ha mostrado que los niveles de competencia en lectura y matemáticas han caído drásticamente en los últimos años, especialmente tras la pandemia del COVID-19. “Los puntajes promedio disminuyeron 5 puntos en lectura y 7 puntos en matemáticas en comparación con 2020”. Se trata del mayor declive en décadas, según datos del National Center for Education Statistics (NCES). Según un informe del Wall Street Journal (junio de 2024), los estudiantes de escuelas públicas han perdido en promedio entre uno y dos años de progreso académico, y las brechas entre estudiantes de diferentes niveles socioeconómicos siguen ampliándose.

Pero más allá de los retos académicos, el desafío más grave es el colapso ético y moral que atraviesa el sistema público. En muchas jurisdicciones se promueven ideologías ajenas a la fe y al desarrollo natural del niño, sin consultar a los padres y, a menudo, en contradicción directa con los principios cristianos. Esto ha sido denunciado por diversas autoridades católicas, como el arzobispo Salvatore Cordileone, quien declaró en 2022: “Gran parte de lo que se enseña hoy en las escuelas públicas no es educación, sino adoctrinamiento. Los padres tienen tanto el derecho como el deber de involucrarse y de elegir lo que es mejor para sus hijos.” (Archdiocese of San Francisco, artículo publicado en su sitio web oficial).
Frente a este panorama, las escuelas católicas ofrecen una alternativa sólida, basada en la verdad del Evangelio, la excelencia académica y la formación del carácter. Según datos del informe estadístico 2023 de la National Catholic Educational Association (NCEA), los estudiantes de escuelas católicas tienen una tasa de graduación del 99.1 % y una tasa de admisión universitaria del 86 %. Los resultados en pruebas estandarizadas son consistentemente superiores a la media nacional.

Pero más allá de lo académico, lo que distingue a una escuela católica es su enfoque en la formación integral del ser humano: intelectual, moral, espiritual y social. En palabras del papa Francisco, en su mensaje del 15 de octubre de 2020 al Pacto Educativo Global: “La educación debe formar corazones abiertos, capaces de comprender la realidad desde la perspectiva de Dios. Formar personas dispuestas a servir y a vivir la fraternidad”, al mismo tiempo que también recordaba la responsabilidad que se debe tener al educar: “La educación católica debe formar corazones libres y abiertos, que sepan elegir el bien, vivir la verdad y servir a los demás con alegría”.
En una escuela católica, el alumno aprende a pensar críticamente, a discernir éticamente y a vivir su fe con coherencia. Se promueve el respeto a la dignidad humana, el valor de la vida, la importancia de la familia, la justicia social y la solidaridad. Los niños rezan, celebran la Eucaristía, aprenden sobre los santos y crecen en un ambiente donde Dios no es censurado, sino el centro de la vida.

Es cierto que enviar a un hijo a una escuela católica representa un esfuerzo económico. Sin embargo, se trata de una inversión en el alma y el futuro del niño. Como afirmó el obispo Robert Barron en una entrevista con Word on Fire (2021): “La educación católica no es un lujo. Es un derecho del niño y una responsabilidad de los padres. En ella se juega no solo el éxito académico, sino la salvación”. Las escuelas católicas también fomentan el sentido de comunidad, el compromiso social y la participación activa de los padres. Son verdaderas familias extendidas donde se valora la presencia de Dios en la vida cotidiana.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2223) recuerda que los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Elegir una escuela católica es prolongar en el aula lo que se vive en casa: fe, valores y amor. No se trata de aislar a los niños del mundo, sino de formarlos para transformarlo, desde la luz de Cristo.

En estos tiempos difíciles, más que nunca, urge formar a las nuevas generaciones con fundamentos sólidos, verdaderos y eternos. La educación católica no es solo una alternativa; es una misión, una esperanza, una respuesta clara en medio del desconcierto actual. Elegir una escuela católica es elegir que tu hijo crezca con la verdad, guiado por el amor de Dios y preparado para ser luz en un mundo que muchas veces camina en tinieblas.
